Don
Pompilio y su hijo tenían en sociedad una finca con terrenos especiales para el
trigo. Trabajaron arduamente en la preparación de la tierra. Llevaron a cabo la
siembra con entusiasmo pensando en una amplia cosecha. Pero tanto se esforzó el
hijo que se enfermó y murió. Siguió trabajando Don Pompilio, apesadumbrad. No
quería perder lo que se había invertido. Al fin llegó el momento en que el
trigal se veía hermoso. Había espigado y se veía blanco. Contrató el anciano a
algunos trabajadores para que empezaran la cosecha. Salió al campo con ellos
para ayudar. En una pausa, se enderezó. Pronto estaría asegurado lo que le
había costado lo indecible.
pero, ¿qué era lo que veían sus ojos? ¿Sería posible que tantas nubes se acumularan en tan pocos minutos?
Corrientes frías y fuertes azotaban sus mejillas. ¿Pisotearía una
granizada sus esperanzas e ilusiones? ¿Que haría? Corrió a donde un grupo de
personas estaban sentadas al lado de una cerca. ¿Podrían ayudar, por favor?
Alegaron que no tenían experiencia como los que trabajaban en el trigal. Pero
el anciano insistió. Que hicieran lo que pudieran. No había tiempo que perder.
Esta parábola se puede comparar con la cosecha de almas antes del
gobierno del anticristo. Debemos preocuparnos porque se salve la cosecha que ha
costado tanto a nuestro Dios y a su Hijo. Hay señales de un cataclismo. Se
puede perder la inversión. No es hora de pensar ni de esperar—hay que poner
manos a la obra. Con miedo o sin miedo. Todos—pastores, laicos, ancianos,
jóvenes. Tenemos que redoblar nuestros esfuerzos por la evangelización del
mundo. Al contemplar las multitudes que todavía no comprenden el plan de Dios
para sus vidas, y otras cantidades que necesitan más enseñanzas sobre la
Palabra Viva para poder crecer en las cosas espirituales, nos damos cuenta de
que hemos llegado al momento en que hay que trabajar desesperadamente.
La
expansión fenomenal del evangelio durante el primer siglo no se puede atribuir
a un solo hombre. Inmensas cantidades de creyentes aportaron lo que podían.
Veamos el caso del capítulo ocho de Hechos. En el primer versículo dice que “todos
fueron esparcidos … salvo los apóstoles.” Luego en el versículo cuatro vemos
que “los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio”.
Sigue la narración hablando de un diácono que predicaba en la ciudad de
Samaría. En la versión Dios Llega al Hombre se emplea la palabra “predicaban”
en vez del vocablo “anunciando” que se usa en la versión Reina Valera. El plan
divino y normal es que todos seamos predicadores para que el evangelio sea
esparcido por todas partes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario